Diez relatos de Mujeres (Torremozas)

invitación presentación 10relatos de mujeresEl pasado 18 de diciembre tuve la suerte de participar en la presentación de dos libros de Torremozas. Fue una tarde bellísima, de lecturas, fiesta y celebración, compartiendo la emoción de todas las autoras (algunas de ellas, buenas amigas). Por mi parte, lo más difícil fue intentar transmitir toda la libertad expresiva que contiene el libro «Diez relatos de mujeres», diferentes estilos, bajo distintas poéticas: un universo ficcional en cada una de las propuestas.

Aquí podéis leer el texto que preparé para la presentación:


El ser en juego

Es un placer estar aquí, acompañando a Marta Porpetta de Torremozas y a estas autoras, poniendo mi granito de arena en esta celebración. Porque esto es al fin y al cabo una fiesta del cuento y de la narrativa, de la literatura escrita por mujeres y de una editorial que lleva casi 30 años apoyando a las nuevas voces. Tuve la suerte de participar en la anterior edición de Relatos de Mujeres y para mí es un honor (también toda una responsabilidad) poder hablaros hoy de este libro, que incluye cuentos de 10 magníficas  autoras.

Algunas son escritoras que comienzan, otras ya tienen cierta trayectoria. Pero todas ellas nos ofrecen un interesantísimo abanico de posibilidades narrativas. Diferentes estilos, bajo distintas poéticas, en los que demuestran que este arte de combinar palabras no depende solo de destreza y de un momento inspirado, sino también de eso que podríamos llamar “estilo propio”, personalidad a la hora de narrar, para llevarnos cada una a su propio universo ficcional.

La mayoría de estas propuestas, son relatos realistas, de corte clásico, en los que resuenan ecos de autores como Aldecoa o Carmen Martín Gaite conectando con la tradición del cuento español. Aunque también podemos hablar de relatos, que bajo ese mismo registro, reflejan influencias de autores norteamericanos, con un realismo mucho más sobrio, como el de las narraciones de Carver o Richard Ford. Y no faltan tampoco apuestas por una una escritura de estilo más libre e intimista siguiendo la estela de autoras como Clarice Lispector o Ana Blandiana, u otras, propuestas más contemporáneas, en las que el lenguaje se hace cuerpo, como en la poesía de Alejandra Pizarnik.

Los personajes son muy variados, así como los conflictos y las pasiones que los mueven. Pero en cuanto a la forma de narrar, podría decirse que la mayoría de estas autoras, son narradoras de largo aliento. Y me ha sorprendido de manera especial, el ritmo y la prosodia que hay en sus relatos. Esa musicalidad que ya buscaron los autores románticos y desarrollaron más ampliamente los simbolistas, al dar a su escritura un tratamiento musical. Intentando así “cautivar” al lector, transportándole a otras dimensiones de la experiencia.

Y como esa experiencia pasa por el lenguaje, quiero empezar centrándome en la palabra y en el uso que estas autoras hacen de ella. De la palabra que toma cuerpo y forma en muchos de los relatos, palabras que se multiplican y chocan en el aire como dice Mercedes de Diego en su cuento “El tragaluz”, una historia de gran pulso narrativo, que nos habla de demencia y algo tan delicado, actual y doloroso, como es el maltrato de género. Y en el que su protagonista es capaz de sentir en su propia boca, como si fueran parte de su cuerpo, palabras que se agitan, se esparcen o se enredan. Palabras que hasta llegan a materializarse, como algo vivo y latente, sobre las manchas de humedad de una pared.

Diez relatos de mujeresTambién la palabra toma forma en “Desprendimiento”, los bellísimos textos en prosa poética de Laura García Villarejo, cuya propuesta no es un simple objeto estético. Sus cuentos-poema se encuentran en el límite entre la palabra y lo real, teniendo el poder de turbarnos. Porque representan un momento de experiencia corporal que pasa por el lenguaje a través de la libertad expresiva y la invención visionaria. En uno de ellos nos habla de la existencia de: “Palabras solapadas en el lugar en el que un pájaro aletea”. Palabras veladas, porque la imposibilidad de expresar nos hace sentir ajenos y mutilados.

 Como le ocurre a la mujer sin voz del relato “Flores volcánicas” de  María José Beltrán, un cuento que nos habla con el paisaje, presentándonos a una mujer que ha sufrido pasivamente su destino, deslizándose de la juventud a la madurez, sin apenas haber tenido conciencia de ello. Y todo eso lo “dice” a través de dos escenarios de fondo muy distintos: uno urbano y móvil que la aprisiona, otro yermo y volcánico hacia el que se encamina, para fundirse corporalmente con él en un final visionario y lleno de poesía. Una mujer que incapaz de hablar, acaba bramando eso que siente y para lo que no existe lenguaje posible.

Esa imposibilidad de expresar lo que las palabras no alcanzan, toma un matiz distinto en el relato de Virginia Sánchez Lafuente “El teleférico”, en el que su protagonista siente la limitación de su sordera a la hora de escuchar e incluso de oírse decir. Con un viaje en teleférico representando el camino ascendente que se presupone en toda vida, de ese ir creciendo desde el punto cero – que la autora evoca como el nivel del mar -, nos presenta a un ser que se siente mutilado, atrapado entre roca caliza y distancias que le impiden leer en los labios las palabras que quisiera escuchar. Y que supone una magnífica narración, en la que tiempo presente y pasado se entrelazan eficazmente.

 Porque para contar sus historias, muchas de estas autoras han elegido utilizar “la palabra evocadora”, los recuerdos, quizá porque como dijo Sartre “El pasado es lo que tengo de objeto”, pero tomando ese tiempo pasado como dimensión de un presente vivo.

Ese es el caso del relato “Ciento cuarenta y cuatro” de Sonia Aldama. Un cuento intimista, lleno de elipsis o saltos temporales, que nos narra de forma fragmentada la historia de un joven obsesionado con un número. 144 caracteres son los mensajes de texto que recibe, 144 son las palabras exactas de las que cartas que escribe. Un  joven con conciencia social, que lee a Juan Rulfo y  porta una mochila llena de cartas por leer. Cartas que no son otra cosa que “recuerdos convertidos en palabras”.

Y a base de recuerdos y de nostalgia se construye también el cuento  “Cicatrices” de  Clarabel Aránega. Un relato histórico, que nos situa en el momento del levantamiento del muro de Berlín. Narrado en tono reflexivo nos cuenta, no sólo lo que ocurrió en ese determinando instante de la historia y de la vida del protagonista, sino de cómo eso, asimilado como experiencia, afecta aún a su presente. Nuevamente un pasado que toma dimensión “aquí y ahora”. Un bello relato cargado de símbolos, en el que destaca la música de un piano como bálsamo en medio de la desolación.

También el pasado y la conciencia del paso del tiempo están presentes en el relato “La Cartera” de Elisa Santos, una divertida historia, relatada a modo de crónica, y que supone un enredo de nombres y de vidas. Y en la que resuenan ecos de Proust, y peripecias que suceden en una librería de nombre “La fugitiva”. Una historia en la que todo vínculo es posible quizá porque el mundo, aunque apenas nos demos cuenta, es demasiado pequeño y los años no sólo entrelazan recuerdos, sino a veces también vidas.

Y hablando de vida, no faltan en esta antología alusiones a la maternidad y a infancia.

Y me detengo ahora en el cuento de Marta T. Pino “Luna de invierno”, el único relato de género fantástico del libro y en el que audazmente, su autora, rompe con el mito masculino del hombre lobo. Pero más allá de eso, nos habla de una mujer que se enfrenta a una maternidad no deseada y por tanto no asumida. Y que, presa de una tendencia inconsciente, lastima  a sus propios hijos. Tal vez porque no ve en ellos una existencia, sino que siente que tan sólo ha engendrado carne.

Le toca ahora el turno a las atrevidas niñas protagonistas del cuento de Lola Vivas, titulado “Gordo”. Un relato de textura crepuscular que describe muy bien la pre-adolescencia. Niñas ya casi con edad para el amor,  cuyo compañero de fantasías amorosas es un adulto, puramente imaginario, pero evocado a partir de un individuo real. Y niñas que imponen su destino, reivindicando su propia feminidad al tiempo que se vengan de la sobreprotección de sus padres. Una bellísima mezcla de fantasía y sensualidad que se apuntalan en el texto a través de numerosas isotopías.

He dejado para el final -alguno tenía que ser el último-  el relato de Nuria Gómez de la Cal, titulado “A un año del principio”. Un relato intimista, breve pero muy eficaz, casi efervescente, que se sustenta también sobre repeticiones y acontecimientos cíclicos, y que narra la historia de una mujer a la que le parece que la vida le ha robado sus oportunidades, tratando de analizar las opciones que no ha agotado todavía. “Una vida de principios y de años”, dice. Un relato con final entusiasta, que reconforta, porque nos presenta a una mujer audaz, que no se da por vencida.

Y  «a un año del prinicipio» o mejor a sólo un día, espero que estén todas estas autoras, capaces de contarnos todo eso que no pueden recoger simples palabras y que como dijo Bretón:  ”han puesto el ser en juego por medio del lenguaje”. Y en las que se detecta el deseo imparable de perseguir el sueño de la escritura y formar parte del universo de autores y autoras que componen el mapa de la literatura. Y a las que deseo muchísima suerte, no sólo con este libro, sino con los que habrán de venir. Así que os animo a todos a que seáis partícipes de su sueño, leyendo y disfrutando estos cuentos.

Algunas fotos:

 

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